Desert Trip fue el lugar de los sueños. El festival logró lo que muchos pensaban imposible, al recrear la época que todo «rockanrolero» añora y reunir a seis grandes leyendas. Muchos de nosotros no conocimos sus días de oro pero si algo nos acercó a lo que se vivió en aquellos años fue el ambiente que durante tres días se respiró. El valle de Coachella se transformó en una comuna que abrazaba a gente de todo el mundo para hacerla sentir como en casa. Ahí todos éramos amigos, sin importar edad, nacionalidad o creencias estábamos unidos por la música.
Hombres y mujeres entrados en los sesenta tuvieron lo que muchos desearían: un viaje en el tiempo. Se convirtieron en jóvenes de nuevo. La galanura se desempolvó mientras que la sensualidad despertó. Los matrimonios dejaban atrás la costumbre a sabiendas de que el cortejo es parte importante en el rol de un veinteañero. Los gritos, el baile y los puños arriba eran la expresión de su alma. Vestidos estilo a-go-go, sombreros como los de Dylan o Young, y atuendos estilo hippie lucían por tercera noche. No eran disfraces ni poses, era un homenaje.
El cansancio ya se hacía evidente. Las caminatas eran más lentas y pausadas. Los asistentes ya dominaban la ubicación de tiendas, restaurantes, escenarios, centros de carga y otros puntos de interés así que no había prisa. Los ánimos de los organizadores se valoraban aún más. Frases como “Welcome to The Dark Side of The Moon!” “Who is playing tonight?… The Who?”, se escuchaban en el altavoz e inmediatamente después los encargados apretaban el botón de reproducción en sus celulares para que la música alcanzara los oídos de todos.
Una vez adentro las bocinas del lugar daban continuidad a la tarea de complacer los oídos. Entre las canciones más sonadas del fin de semana se encontraban ‘Wild Thing’ de The Froggs, ‘God Only Knows’ de The Beach Boys y ‘You Really Got Me’ de The Kinks; el domingo se sumaron ‘My Generation’ y ‘Another Brick in the Wall’ de The Who y Roger Waters, respectivamente. Se trataba del día más competido, tanto la banda inglesa como el ex integrante de Pink Floyd se dividían la audiencia. La mayoría tenía las mismas ganas de ver ambos espectáculos.
Cuando el reloj marcó las 18:00 hrs. se prendieron las pantallas, datos curiosos, fotografías y mensajes con dedicatoria aparecieron. El más emotivo fue al recordar a David Bowie y los intérpretes de ‘Silas Stingy’ firmaron “The Who have always loved David and vice versa, you are always in our thoughts and hearts, David… we miss you”. Tras un breve silencio se pidió paciencia a la audiencia “Keep calm, here comes The Who” mensaje que sería más significativo para los jóvenes pero igual las ansias no se apaciguaban.
Ahí conocí a James, un hombre de 66 años que vive de lo que gana en un taxi. Con las manos dentro de sus bolsillos no paraba de mover los pies de la emoción. Era el ejemplo perfecto de los sueños que Desert Trip cumplía. Me preguntó sobre la noche anterior, no entré en detalles solo compartí mi momento favorito, asumí que él había estado ahí. Su sonrisa, sus ojos verdes saltando de entusiasmo y el «brincoteo» de sus extremidades me ponían nerviosa hasta que me confesó que la noche anterior un pasajero le había regalado la pulsera de entrada. Él no pudo pagar un boleto pero el destino le permitió estar ahí y seguía sin poder creerlo.
Cuando The Who arrancó el concierto con ‘I Can’t Explain’, James se convirtió en un niño y todos a su alrededor lo alentábamos a disfrutar su momento “Come on James, sing” le gritaban. Juntos coreamos ‘My Generation’, ‘The Kids Are Alright’ y ‘Behind Blue Eyes’. Conforme avanzó la noche nos dejamos llevar por estallido instrumental ese donde dominan las percusiones en sus temas. Cuando Pete Townshend dedicó unos minutos para presentar y agradecer a sus compañeros de banda se evidenció el cariño entre ellos. Con el mismo sentimiento los despedimos al sonar de ‘Baba O’Riley’ seguida de ‘Won’t Get Fooled Again’.
Tocó el momento de Roger Waters, el oído genio. Su entendimiento de la música va más allá del estallido de un instrumento; él genera ambientes. Envuelve al público con recreaciones acústicas, tan reales que toma unos minutos comprender que el sonido del helicóptero que nos sobrevuela al fondo con dirección a la salida, es un efecto de su producción. Tampoco se acercan patrullas, mucho menos hay una voz que nos susurra en la oreja izquierda y nadie se ríe cerca de nuestro lado derecho. Lo que sí es real es el perfeccionismo de Waters y su dominio absoluto sobre los sonidos.
Sus éxitos complacieron a los fans. ‘Money’, ‘Pigs’, ‘Wish you were here’ ‘Time’ y ‘Welcome to The Machine’ no podían faltar en el repertorio de la noche. Si la guitarra se la llevó Neil Young y la batería le pertenecía a The Who, Roger Waters nos dio una lección de bajo, nunca subestimen el poder de este instrumento, mucho menos cuando esté en manos del maestro. Verlo en vivo permite entender que sus muecas y gestos no son fastidio ni pedantería, el rock de Waters viene de sus entrañas, lo que parece una mala cara en realidad es muestra de un goce profundo.
Debemos reconocer que ni Paul McCartney ni Roger Waters escatimaron, ambos ofrecieron más de dos horas de su música. La luna también quiso dar un mensaje y guardó su mejor cara para acompañar los sonidos de Pink Floyd y The Dark Side of The Moon. El tiempo pasaba y el característico mensaje político del músico se había limitado a imágenes en contra de Donald Trump y su ya famoso cerdo que en esta ocasión también dedicaba mensajes en contra del candidato presidencial de EUA. Pero ninguna palabra se había dirigido sobre el tema.
Fue hasta el final que Roger Waters se expresó, decidió leer una carta que había dicho no sacaría pero poco le importó, él sintió que era el momento y no es hombre de dudas, al contrario tiene convicciones firmes. Apegado a sus ideales habló del conflicto en Palestina para después concluir la noche con “Comfortably Numb”. Un golpe de realidad nos llegó a todos. El festival más prometedor del año, de la década y probablemente del siglo había terminado.
Adiós Empire Polo Club, adiós desierto, adiós amigos que aquí conocimos, adiós rock and roll, adiós querido Desert Trip. Algunos te verán el próximo fin de semana y tendrán la oportunidad de vivir la gran experiencia. Mientras tanto nosotros regresamos a casa.
Bien lo dirían algunos temas de los protagonistas del evento: han sido los días más felices de nuestras vidas, es solo rock and roll pero nos gusta, en un giro del destino salimos de fin de semana y fue un viaje asombroso, tanto que quizá seguimos asombrados.